Hace poco me contactó una potencial clienta y me pidió presupuesto para traducir y locutar/subtitular un taller de formación, así como el material de apoyo. Eché un vistazo a la web y a la descripción y precio del curso y como barato no era, deduje que el cliente era profesional y merecía esos minutos que le restaría a mi vida preparándole el presupuesto. Se lo desglosé detallándole cada concepto y la partida de traduccion le pareció excesiva –pese a haber aplicado una tarifa media–, porque me contestó con cierta sorna: «Pues en un clic he hecho la traducción, ¡guau!» (traducción sin gastar neuronas que os hago de su mensaje) y, embargada por la emoción ante el ahorro que le iba a suponer que yo no tradujera tras su superpoderoso clic, sugirió que simplemente le dijera cuánto le costaría subtitular o locutar su maravillosa traducción obtenida en segundos.

Como veis, no es oro todo lo que reluce. Le expliqué con la mayor sutileza que mi decepción me permitió que, efectivamente, por todos es conocido que existen softwares de traducción automática, que con un simple clic logran resultados incluso aceptables, pero… siempre hay un pero. Le hice saber que, aun siendo muy optimistas y obtener con ellos una traducción impecable –según nivel de exigencia– al 80%, el 20% restante puede ser una auténtica carnicería idiomática que podría menoscabar su imagen profesional –aunque tengo mis dudas de que esto le importe mucho–. Añadí que, como no dudaba de su capacidad lectora, habría visto en mi currículum que me dedico profesionalmente a esto y no mato el aburrimiento con ello y, por tanto, mi ética profesional no me permitiría subtitular ni locutar traducciones que no cumplan un mínimo de calidad, pero que no desesperase, que estaba dispuesta a revisarle su traducción obtenida en un clic por una módica tarifa de corrección, salvo que conociera algún programa de corrección automática, claro. Vale, confieso que esta última parte desde el «salvo» la omití. Ni quiera se dignó en contestar.

Y esta pequeña anécdota me permite hablaros de la expresión To make a killing, que se emplea para referirse a aquella oportunidad que nos permite sacar un beneficio de forma rápida y sencilla, lo que viene a ser hacer el agosto, o como en la traducción que tengo ahora mismo entre manos (de la que aún no puedo hablar públicamente), hacerse de oro. Recordad que el contexto siempre manda.

Feliz tarde de domingo.

MBJ

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